Gracia Chacón: La Druida Actual del Siglo XXI


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¿Qué es ser druida hoy en día?

Soy Gracia Chacón y soy druida. El término “druida” evoca siempre un personaje de la antigüedad. Sin embargo aquí estoy. Soy druida. Una druida de mi tiempo; una druida que intenta transmitir un conocimiento ancestral, a pesar de que compaginar las dos cosas hace complicado.

Mi objetivo siempre ha sido, y es, honrar y respetar las enseñanzas que me fueron transmitidas hace ya más de 30 años por mis maestros. Procuro y he procurado hacerlo tanto en las enseñanzas que imparto como en mi actitud ante la vida.

Mi nombramiento como Archidruida

En el año 2010 fui nombrada Archidruida como reconocimiento por la labor realizada en el campo del druidismo. En la actualidad ostento este cargo en la Orden Druida Mogor.

La mayor parte de quienes se han interesado por la cultura celta saben, en mayor o menor medida, lo que significa ser druida. Estas líneas son para quienes no están tan familiarizados con este mundo y también para mí misma; para tener ocasión de dejar constancia de lo que para mí significa ésto a lo que he dedicado y dedico mi vida.

En mi experiencia he visto que, muchas veces, la idea del druida o del druidismo se queda en algo demasiado bucólico; algo alejado del compromiso real por la transformación del mundo y de la persona.

Por supuesto que, en su concepto general, el druidismo es amor a la naturaleza y a todas sus criaturas, conocimiento, comprensión y sabiduría ancestral, ritos, magia, autoconocimiento y un largo etc. Pero quedarse solamente en eso, es quedarse en una parte de la totalidad de lo que significa ser druida.

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Un druida ante todo es una persona que en el pasado, en el presente y en el futuro, asume el compromiso de recordar su humanidad, potenciándola al máximo, anteponiéndola a cualquier cosa, incluida la propia espiritualidad, ya que sin tener muy claro el significado de la primera, la segunda no tiene sentido.

Para mí, esa es la razón principal por lo que no se puede vivir el druidismo alejado de la vida común, de la vida diaria, de la familia, amigos y trabajo.

Dejando al margen su religiosidad, que como sacerdote y maestro el druida tiene que vivir en profundidad, en su actitud y consecuencia tiene que enfrentarse día a día como lo haría cualquier persona a los problemas cotidianos, con la tarea de ser un reflejo de los conocimientos adquiridos, los cuales le impiden ponerse excusas, medir a otros por su propio rasero, y ser inflexible ante las opiniones ajenas, entre muchas cosas más.

Mi druidismo

De esa manera, el druidismo pasa de ser solo una religión o creencia a convertirse también en una actitud ante la vida, como base sólida de todo aquello en lo que se sustenta su fe.

Soy de la opinión que “el movimiento se demuestra andando”. No hay necesidad de ir pregonando lo que eres ni en lo que crees sino que hay que vivir en el día a día acorde con la filosofía y la fe que profesas.

El druidismo es una creencia que se basa en una sabiduría ancestral. Sabiduría que honramos porque forma parte de nuestras raíces, de nuestros antepasados.

El druida se hace cargo de sus actos. Nuestros dioses, no toman partido, ni premian ni castigan. Si les diera forma antropomorfa diría que nos observan en nuestro caminar diario alegrándose con nuestros éxitos y apoyándonos en nuestros fracasos. Somos únicamente nosotros quienes tenemos necesidad del  juicio, del premio o del castigo.

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Todas las personas estamos llamadas a la Vida. Hemos de aprender a vivir y a dejar vivir. A respetar los límites de nuestra libertad y la libertad de los demás. La vida es demasiado breve, increíblemente hermosa y enriquecedora para desaprovechar nuestra estancia en ella llenándonos de desconfianza, miedo, angustias y toda esa sarta de porquerías con la que nos recreamos y nos hacen infelices; no merecedores e incapaces y no nos dejan avanzar.

El druidismo en el que creo y practico hace que el camino que he decidido recorrer esté siempre vivo. Hace que siempre esté abierta a aprender de lo diferente; que, si caigo, tenga fuerzas para levantarme, no permitiéndome caer en la desesperanza para que los malos momentos superen a los buenos; en una palabra, me ha enseñado a vivir la vida cada segundo que paso en ella.

No quiero el equilibrio de la línea recta; quiero el ciclo eterno y siempre cambiante, el pulso que marque la subida y la bajada de armonía y caos que hagan que mi vida se enriquezca y merezca la pena haber sido vivida.

Hace tiempo leí estas preciosas palabras:

“Nadie dice que la vida sea fácil; sino que merece la pena vivirla”.

Así es como lo siento; así lo intento enseñar.

Mil bendiciones.

Gracia Chacón

Archidruida de la ODM.

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